II EL SIGLO TERCERO
Las escuelas teológicas
En el siglo tercero se dibujan ciertas corrientes de pensamiento que se podrían llamar «escuelas» de teología, con la condición de entender esta expresión en un sentido muy elástico, de corrientes doctrinales y no de instituciones escolares. Los Padres tienen que hacer frente, no ya solamente a una contraiglesia como el gnosticismo que ponía en tela de juicio la esencia misma del cristianismo, sino a ensayos más o menos felices de explicar racionalmente el dogma. Son teologías desafortunadas, no sólo porque emplean un lenguaje todavía balbuciente sino, sobre todo, porque parten de presupuestos falsos; por ello vendrán a desembocar en cismas, en la constitución de pequeñas iglesias, separadas de la gran Iglesia, a la que darán ocasión de formular con mayor rigor su dogma.
Se trata principalmente en este tercer siglo de la teología trinitaria, en la que se intenta conciliar el monoteísmo heredado del Antiguo Testamento con la fe en la divinidad de Cristo.
Un sistema de giro más racionalista ve en Cristo un hombre adoptado por Dios (Teodoto, Artemón), que reaparecerá en Oriente con Pablo de Samosata, y en el siglo v con el nestorianismo.
Otra tendencia que parecía responder mejor a las aspiraciones del alma cristiana, salvaguardaba a la vez la divinidad de Jesucristo y la unidad, la «monarquía» divina, admitiendo prácticamente «dos nombres y una sola persona»: Cristo no es más que una modalidad de Dios. «Cristo -dirá Noeto- es el Padre mismo que nació y que sufrió» (Patripasianismo: Noeto, Práxeas, y más tarde Sabelio).
Contra estos diferentes errores toman posiciones los obispos de Roma (Víctor, Ceferino, Calixto), que afirman de este modo su autoridad doctrinal; los doctores, por su parte, elaboran contra ellos una teología de la Encarnación.
En Roma, SAN HIPÓLITO, personalidad bastante singular: doctor primero cismático y luego mártir, se alza contra el papa Calixto, se separa de la gran Iglesia (217) y muere en el destierro reconciliado con el papa Ponciano (235). Publicó una refutación de todas las herejías (Philosophoumena), otra obra del mismo asunto de que nos queda sólo un fragmento, Contra Noeto, comentarios exegéticos (sobre Daniel, sobre el Cantar), una Crónica, y una preciosa colección canónica y litúrgica, la Tradición Apostólica (en ella se ha conservado el más antiguo texto conocido de la anáfora eucarística). Su teología del Verbo está afectada de las mismas insuficiencias que la de los apologistas; el Verbo no se habría plenamente manifestado como tal más que en el momento de la Encarnación; por otra parte, su reacción contra el «monarquianismo» acusa tendencias adopcionistas que han permitido tildarle de «diteísmo». Frente a las medidas indulgentes de Calixto, profesa una moral de tendencias rigoristas, su actitud representa un momento importante del desarrollo de la disciplina penitencial de la Iglesia.
Hacia el año 250 NOVACIANO, también sacerdote romano y disidente de la Iglesia por su oposición a San Cornelio, escribe en latín el De Trinitate.
2. La Iglesia de Africa (Cartago) conoce en esta época una brillante floración teológica y literaria.
TERTULIANO (que murió de avanzada edad después del 220) es el primer escritor latino cristiano y, por cierto, magnífico, fundador de la teología latina a la que suministra de primer intento un vocabulario seguro (persona, sustancia). Como apologista, renueva los temas tradicionales (el Apologeticum enfoca sobre todo el aspecto jurídico y político de las persecuciones); como polemista, establece vigorosamente, contra las nuevas doctrinas, la primacía y el origen apostólico de la tradición católica (el De praescriptione es una de las obras antiguas más importantes sobre la tradición); moralista severo defiende sin concesiones la pureza de las costumbres cristianas, pero su rigorismo y montanismo(1) le pusieron fuera de la Iglesia. El De pudicicia contra las medidas, que supone innovadoras, de un obispo —¿Calixto de Roma?, ¿Agripino de Cartago?—se opone violentamente a toda reconciliación eclesiástica otorgada al pecador, contradiciendo de este modo las afirmaciones anteriores del De Poenitentia. Tertuliano llegará también, partiendo de aquí, a proscribir en absoluto las segundas nupcias. Como teólogo defiende contra los gnósticos la unidad de la creación, la realidad del cuerpo de Cristo y la resurrección de la carne, la unidad de los dos Testamentos contra Marción(2) y la teología de la Trinidad contra Práxeas. Aunque su teología del Verbo se resiente aún de las imperfecciones de la teología del Logos del siglo II, distingue claramente en Dios la unidad de sustancia y la trinidad de persona, iguales entre sí y, en cuanto a Cristo, la unidad de persona y la dualidad de naturaleza, conservando cada una de ellas sus propiedades. Su tratado De baptismo es un testimonio precioso de la liturgia bautismal de principios del siglo IÍI, y Tertuliano es el primero en esbozar una teología de los sacramentos (De resurr. carn. 6). Escritor brillante y difícil, frecuentemente extremoso, la teología latina le debe el diseño de sus tesis fundamentales (trinidad, encarnación, sacramentos), al mismo tiempo que los primeros elementos de su vocabulario.
SAN CIPRIANO, el gran obispo mártir (muerto en 258), no poseyó el vigor intelectual de su maestro Tertuliano. Era principalmente un pastor y un moralista, cuya correspondencia refleja la vida de una iglesia, las preocupaciones de un obispo de mediados del siglo III: problemas que plantea la reconciliación de los lapsos durante la persecución de Decio (De lapsis), el progreso de la institución penitencial, unidad de la Iglesia afirmada contra los cismas (el De catholicae Ecclesiae unitate es, más que un tratado ex profeso de la unidad de la Iglesia universal, una llamada a la paz y a la unidad de la Iglesia y a la comunión con el obispo que en cada Iglesia es el verdadero fundamento de la unidad); algo más tarde, una teología todavía imperfecta acerca del papel del ministro en la administración de los sacramentos, le llevó a la negación de la validez del bautismo conferido por los herejes y le enfrentó con el papa Esteban.
3. La teología de Alejandría figura como una escuela absolutamente original, escuela propiamente dicha, a partir de Orígenes. Representa uno de los momentos más importantes de la historia del pensamiento cristiano en la elaboración de la fe.
Sabemos muy poco de PANTENO. CLEMENTE (+ antes de 215) pone al servicio de su fe sus extensos conocimientos de la literatura y filosofía griega. Como apologista, demuestra a los griegos que el cristianismo es la verdadera filosofía y que sólo el Logos responde a sus aspiraciones hacia la luz y la verdad (Protréptico), como moralista, expone los principios de la vida nueva en Cristo y su aplicación a los detalles de la vida cotidiana (Pedagogo); como teólogo, intenta elaborar una gnosis cristiana, sabiduría superior, conocimiento de los «misterios» ocultos en la Escritura bajo el velo de la alegoría, esfuerzo de perfección moral que desemboca en la contemplación y en el martirio (Stromata, miscelánea de cosas variadas que reemplaza su anunciada Didascalia). La teología de este pensador, generoso y optimista, escritor entusiasta, si bien frecuentemente impreciso y obscuro, es con frecuencia deficiente (por ejemplo acerca del Verbo); pero no se puede ignorar la importancia de su esfuerzo ni subestimar la influencia que ejerció a través de Orígenes sobre la teología mística de Oriente.
ORÍGENES (185-252) es, después de San Agustín, el máximo representante de la antigua literatura cristiana y, sin duda, el más sabio también de esta época. Transformó la escuela de la catequesis alejandrina estableciendo una enseñanza escrituraria y teológica de altura; pero su doctrina le valió oposiciones que ocasionaron los sínodos de 230-231, en que fue depuesto de su cargo y desterrado. Se refugió en Cesarea de Palestina donde concluyó su larga y fecunda carrera; sometido a la tortura en tiempo de la persecución de Decio murió a causa de las heridas recibidas. Sabio exegeta, asceta severo, místico de gran talla, es, sin discusión posible, una de las figuras más interesantes de los primeros siglos cristianos.
Emprende la obra de establecer un texto crítico del Antiguo Testamento mediante la comparación de la versión de los LXX con el original hebreo y otras versiones (Hexaplas). Comentó casi todos los libros de la Escritura en forma de notas textuales (Escolios) sabios comentarios (Tomos), y sermones populares (Homilías), de sabroso contenido. Fue el primero en formular la teoría del triple sentido de la Escritura, fundado por analogía con la psicología humana: el cuerpo (la letra), el alma y el espíritu. Refutó la obra anticristiana del platónico Celso en una apología (Contra Celso) que constituye una de las más notables obras de este género. Intentó ofrecer la primera exposición sistemática de los Principios de la teología (Peri Arkhon).
Sin ignorar la importancia del sentido literal, su exégesis tiende a abusar de la alegoría; su pensamiento teológico, sobre todo, no se desprende siempre lo suficiente de las concepciones cosmológicas de su tiempo, como son la creación ab aeterno, la preexistencia de las almas (y del alma de Cristo, unida al Verbo por el amor), la subordinación del Hijo al Padre, del Espíritu al Hijo, la restauración final del mundo mediante nuevas existencias (Apocatástasis). Pero esta teología había de tener un eco considerable en el desarrollo ulterior del pensamiento cristiano: Trinidad, Encarnación, sacramentos. Por medio de los Padres capadocios, lo mejor del origenismo pasará al pensamiento y a la mística cristiana; las condenaciones de Justiniano (543-553), que recaerán sobre algunos puntos y tesis peligrosas, no alcanzarán a lo esencial del pensamiento del maestro alejandrino.
4. A comienzos del siglo IV se crea en Antioquia y en torno a SAN LUCIANO, mártir (+ 312), una escuela exegética, cuyas tendencias estrictamente literales se oponen a los alegorismos místicos de los alejandrinos. Proporcionará a la exégesis antigua algunos de sus más grandes nombres (Teodoro-de-Mopsuesta, Juan-Crisóstomo, Teodoreto), pero, en cambio, a ella podrán referirse algunos teólogos de tendencia racionalista (arrianismo, nestorianismo), así como de Alejandría nacerá una teología de tendencia mística (apolinarismo, monofisismo).
De este modo, al despuntar el siglo IV, la Iglesia había ya ampliamente explotado el depósito entregado a su custodia: están fijadas ya las grandes líneas de su teología en lo referente a la tradición y a la autoridad, a la Trinidad y a la Encarnación, al bautismo y a la penitencia. A los siglos IV y V tocará acentuarlas y desarrollarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario