II SIGLO SEGUNDO
Los apologistas.
La literatura antignóstica
1. Frente a la oposición creciente a la nueva religión (persecuciones de los emperadores, odiosas calumnias del vulgo, reacción intelectual de los medios cultos) los cristianos se esfuerzan por refutar las objeciones y calumnias, al mismo tiempo que por justificar racionalmente su fe. Se trata de una abundante literatura apologética que procede en gran parte de escritores laicos, con frecuencia filósofos convertidos, que hacen profesión de pertenecer a la escuela del cristianismo, como Justino, «filósofo y mártir».
En sus obras se puede ver, más que una simple réplica a la contraofensiva pagana, bellas exposiciones de la transformación moral operada por la religión de Cristo, de la pureza de las nuevas costumbres, de la caridad de los cristianos. Así, por ejemplo, ARÍSTIDES «filósofo de Atenas» en la época de Adriano, y la Epistola a Diogneto, que quizá tenga por autor a QUADRATUS. Otros, por el contrario, como ATENÁGORAS (Súplica por los cristianos, I77) se entregan a la empresa de demostrar la falsedad e inmoralidad del paganismo, aunque permaneciendo siempre muy acogedores con respecto a la cultura y filosofía griegas. La oposición sistemática al helenismo es relativamente excepcional (TACIANO, HERMAS).
Indudablemente, el más importante de los apologistas del siglo II es SAN JUSTINO, griego originario de Palestina, martirizado en Roma hacia el 165. En sus dos apologías (hacia el 155-161) se encuentran no solamente los temas ya clásicos de la apologética, sino también una exposición de conjunto de la fe cristiana y una demostración de la divinidad de Cristo, según las profecías. En esta obra, documento litúrgico de máxima importancia (descripción detallada de los ritos del bautismo y de la Eucaristía, I, 6I y 65-67, se siente la preocupación de tender un puente entre el cristianismo y la filosofía, merced a la teología del Logos, que en toda su plenitud se ha manifestado en Cristo, pero del cual participa también toda inteligencia humana, poseyendo como un germen de Él. Es éste el primer ejemplo de explotación racional de un dato bíblico merced a un elemento filosófico (en este caso el estoicismo). El Diálogo con el judío Trifón hay que situarlo (después de la Epístola de Bernabé) entre los escritos que intentan demostrar la caducidad del judaísmo, al cual debe ya sustituir la Iglesia de Cristo que llama a sí a todas las naciones.
Los tres libros dirigidos a Autólico por SAN TEÓFILO, obispo de Antioquía, exponen una teología del Verbo, que se desarrolla en dos tiempos: el Logos era al principio inmanente a Dios y se ha manifestado al exterior por medio de la creación del mundo. Teófilo es el primero en emplear el término Trinidad. Refutación del paganismo y demostración ardiente de la divinidad de la nueva religión, preocupación de hacer asimilable a los filósofos el cristianismo, primer diseño de una teología trinitaria: he aquí el balance del esfuerzo de los apologistas. Los siglos siguientes conocerán aún apologías doctas, brillantes y sólidas.
2. La gnosis constituyó para la Iglesia del siglo II un notable peligro. Tratándose de un intento de conocimiento religioso superior a la fe, desaloja todo el contenido de la revelación para sustituirlo, bajo un vocabulario cristiano, por un conjunto de mitos sacados del misticismo greco-oriental. Fundado en un dualismo radical, una oposición entre Dios y el mundo, entre el Dios bueno y el demiurgo malo creador del mundo, establece un sistema de emanaciones y de intermediarios (los eones, cuyo conjunto forma el pleroma), y un mito de caída y reparación en que se desvanece el cristianismo auténtico. La difusión de esta doctrina fue considerable y abundante la literatura sobre ella; pero estas obras han perecido casi enteramente, y apenas nos son conocidas más que por las refutaciones que de ellas se hicieron en el ambiente católico, especialmente por San Ireneo y San Hipólito, en los cuales, se inspiraron, en general, los heresiologos posteriores.
SAN IRENEO es el representante más destacado de la reacción ortodoxa contra los gnósticos y uno de los Padres más importantes de los tres primeros siglos. Originario de Asia Menor y discípulo de San Policarpo de Esmirna, por el cual enlaza con la tradición de San Juan, pasa luego a Roma donde conoce a San Justino y de allí a las Galias donde, después de la persecución del año 177, es consagrado obispo de Lyon. De sus numerosos escritos sólo queda, aparte de la Demostración de la predicación apostólica, breve catequesis, la gran obra Demostración y refutación de la falsa gnosis (Adversus Haereses) distribuida en cinco libros, publicados en varias veces, alrededor del año 180. El texto griego original se ha perdido en gran parte, pero poseemos una traducción latina muy antigua y muy literal.
Con la exposición y refutación de las diversas teologías gnósticas, se hallará en Ireneo la afirmación muy sólida de algunos principios fundamentales del pensamiento cristiano. Por ejemplo, que la tradición viviente de la Iglesia, proveniente de los Apóstoles, es la regla de fe, que la continuidad ininterrumpida de la sucesión episcopal a partir de los Apóstoles, garantiza la fe de las iglesias, según la expresión del credo bautismal; que entre las iglesias locales la Iglesia romana, en razón de su origen, posee la máxima autoridad. La salvación no consiste en una «gnosis» superior, sino en la revelación de Cristo que, consumando la larga pedagogía divina, nos da a conocer al Padre. No hay más que un solo Dios, creador y redentor. La naturaleza humana entera, carne y espíritu, debe ser salvada por el Verbo, que, tomando verdaderamente nuestra carne, «recapitula» en sí toda la humanidad, restaurándola y dándole su plenitud, para divinizarla y presentarla al Padre. Al lado del nuevo Adán, María es la nueva Eva (idea ya expuesta por San Justino).
No cabe exagerar la importancia de Ireneo, el cual, sin ser un teólogo muy personal, es un testigo fiel de la tradición, que bebe en sus fuentes auténticas, y que la expresa en fórmulas vigorosas y originales; a las especulaciones demoledoras de los gnósticos opone la firmeza de su sentido cristiano, de su sentido de Cristo y de la obra de nuestra salvación. La teología cristiana le debe alguna de sus tesis más fundamentales que, a través de Tertuliano, pasarán a Occidente y por Atanasio al Oriente.
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