Ante todo el iconógrafo es un servidor de la iglesia y de la fe del pueblo de Dios. La iglesia le concede una bendición especial y le unge las manos para que su ministerio tenga esta gracia. Es también un testigo de la tradición; sin perder su huella personal, se deja instruir por la iglesia y deja que su arte se ajuste a los cánones impuestos por la tradición, para que refleje y exprese la teología del ministerio que él pinta; se pierde, por así decirlo, en el misterio de la iglesia.
El pintor de iconos es un contemplativo que describe con su pinceles su propia contemplación interior de los misterios y la ofrece como cualquier otro cristiano inspirado que lo hace con su poesía y con su predicación. También se puede decir que estos pintores que transmiten lo que han contemplado. Por eso reciben una especial bendición por parte de la iglesia, que en algunas tradiciones llegaba incluso a celebrarse con la unción de sus manos con el santo crisma.
Es costumbre antiquísima que durante el ejercicio de la iconografía, los pintores ayunen, oren mucho y ejerciten su arte cantando salmos e himnos, para que su servicio sea completamente un ministerio de alabanza que más allá del momento de la ejecución quedará expresado para siempre como "glorificación de Dios".
Sobre todo oran diciendo en su mente y en su corazón la oración de Jesús o a Jesús, con la invocación: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi, (que soy un pecador); una oración que en griego suena así: Kyrie Jesu Christe, eleison imas; y en lengua rusa suena más o menos así, según la fórmula usada por el famoso Strannik, el peregrino ruso: Gospodi, Iesusie, pomilui mnia, grieschnogo. Se le puede añadir después la invocación Iesusie Christie el incio Syne Boscisc, que significa Hijo de Dios.
El iconógrafo tiene que pintar por primera vez, como su examen de habilitación, el icono de Cristo que es el icono original, pero los monjes tienen que ejecutar el icono de la transfiguración del Señor. Puede explicarse esta costumbre por el hecho que el iconógrafo quiere hacer partícipes a los fieles de la belleza del misterio del Monte Tabor, de la contemplación a la que fueron invitados los discípulos del Señor en la Santa montaña, por eso la tradición oriental habla de la contemplación cono de la luz tabórica.
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